lunes, 5 de mayo de 2008

Aparente Belleza




Mientras caminaba mirando hacia arriba, como perdida entre las nubes pensando en lo que acababa de hacer, si estaba bien o mal, si me arrepentiría de lo que había hecho, si traería consecuencias para mi vida en el futuro. Me tropecé con un pequeño chupete, que estaba un poco deteriorado por el paso del tiempo, en ese momento las lágrimas se agolparon en mis ojos e inevitablemente caí de rodillas al suelo tomando el chupete en mis manos y estrechándolo fuertemente contra mi pecho. Sólo después de unos minutos miré hacia el cielo y me maldije por ser tan egoísta, tan débil, tan inmadura. Pero a pesar de todas las maldiciones lamentos y súplicas que grité al cielo, después de haber entrado a esa alucinante fachada, ya no había vuelta atrás, nada de lo que hiciera o dijera podría hacer regresar el tiempo.


Me puse de pie, tratando de incorporarme, y me volteé para ver por última vez el edificio, ese edificio que nunca podría borrar de mis retinas. De pronto, me vi a mí misma, dos horas antes, en el momento justo cuando me cuestioné delante de esa aparentemente inofensiva, incluso acogedora, fachada de piedra con un balcón lleno de plantas deslumbrantes y un hermoso e inmenso farol que amenazaba con venirse sobre mi cabeza en cualquier momento; era imposible imaginar que detrás de tanta belleza podría existir un lecho de martirio y llanto desconsolado. Al momento que me vi delante de esa reja pensé en correr calle arriba y refugiarme en la catedral de San Francisco, cuando volví a la realidad y pensé una vez mas en mi futuro, inspiré hondo y entre, una vez allí. Sólo veía caras, nadie me decía nada.

Me hicieron pasar a una sala muy iluminada. Un señor de aspecto cansado, ojeroso y un tanto canoso, era el médico. Me ordenó quitarme la ropa y ponerme la bata que estaba sobre la camilla; lo hice sin decir una palabra, ni siquiera me atreví a mirarlo a los ojos, luego me aconsejó recostarme. La enfermera que estaba a mi lado no sonreía ni me miraba tampoco. Me inyectó algo, que por los nervios, casi ni sentí. Después de media hora recostada sollozando, ya estaba todo hecho, ya podía sentir el vació en mí, en esos momentos solo intenté calmarme para no gritar como una loca, en esos instantes pensaba que para asesinar a alguien sólo se necesitaban doscientos mil pesos y me sentía asquerosa por haber caído tan bajo. El doctor me miró y sonriendo me dijo: Está todo terminado, tendrás náuseas por unos días y después será como si nunca hubiera pasado nada.

Salí sobresaltada de mis angustiosos recuerdos, cuando sentí el abrazo de Alejandro, mi novio, el que solo repetía: dime que llegué a tiempo mi amor, Pascuala dime que aún no has hecho nada por favor.


Al ver mis ojos llenos de lágrimas se dio cuenta que ya era demasiado tarde, que ya no había vuelta atrás, que todo estaba hecho y por mi devastado rostro notó que en ese momento ya me estaba arrepintiendo. Él nunca estuvo de acuerdo con lo que yo estaba haciendo, aún así se quedó conmigo. Seguíamos abrazados frente al hotel Paris, ambos llorábamos.

Miramos por ultima vez el edificio que odiaríamos por el resto de nuestras vidas, pensando en cómo era posible que tanta aparente belleza podía esconder tanto dolor y sufrimiento. Tomados de la mano, nos juramos nunca volver a ese lugar, nunca volver a hablar del tema e intentar vivir con la culpa de lo que habíamos hecho.

Esta entrada ya la habia publicado, pero creo que es lo mejor que he escrito.

2 comentarios:

Seba dijo...

Ese texto no lo escribí yo (:
Las cosas parecen profundas, pero en realidad depende, siempre, de quien las lee.
Concuerdo en lo de lo simple, ya me lo había dicho antes: Lo complejo es entender la simplicidad.

Cuidate.

Creo que expresa lo que querias... y creo que la belleza es así, siempre.

PD: es una paja escribir las letras para dejar el comentario x)

Anónimo dijo...

Solo era una aparente Belleza!, te amo bitch :)